miércoles, 27 de octubre de 2004

Buenos Aires Urbano Electrónico


Cables que suben algo que no alcanzo a distinguir. Suena el cuerpo a través de los parlantes. Difusos espasmos de alegría. Caras y más en technicolor. Mi propia película transcurriendo ahí, en el mismo lugar en el que todo pasa. Escenario. Quién podrá decir que la historia no transcurre acá. Pasado y futuro se mezclan en este instante fugaz. Un instante de condensación. Mucho de lo que fue aparece y baila y goza conmigo. Mucho de lo que será nace y llora y pide comida, urgente comida.

El recital terminó y con el morí y volví a nacer. Como les decía hace un tiempo que la música ya no pasa por un oído y sale por el otro, hace un tiempo que la música no sólo pasa por los tímpanos. Sonidos como rayos de luz atraviesan todo mi cuerpo. Cada partícula de mi ser se entrega a la música y bailo y bailo y bailo, hasta volverme una ameba. Todo esto y mucho más fue el festival BUE.

Otro viaje, destino incierto. Sólo ocurren aquellas cosas que no puedo pensar. Variables de mi vida que pesan y se van, se diluyen, desaparecen en el cosmos. Estoy por casarme y eso sí que suena irreal. Sentar cabeza, nada más cercano a la mugre burguesa que intenta taparnos diariamente. Un ritual, una fiesta popular impostergable, un nuevo punto de partida para mi absurda y alocada existencia. Un capricho. Dos niños que juegan a ser grandes, que juegan y se divierten con un montón de amigos más. Hay cosas que uno tiene que experimentar, sin importarle realmente una mierda. O importándole tanto las cosas a tal punto que se diluye toda preocupación. Pasame la sal que la comida se enfría y todavía no probé bocado.

“¡Mirá mamá! ¡son las luces de la nada!” dijo el pibe que viaja en el asiento de atrás. No podía pensar en otra cosa desde ese momento. En la nada, en Kerouac, en estas últimas semanas de vida intensa y cuelgue total. En el futuro que llegó hace rato. En el fluir y todas esas cosas tan lindas en las que uno piensa cuando no tiene otra cosa para hacer. Con la música que estuvimos eligiendo con Juan para la fiesta todavía sonando en la cabeza.

“Una letra dibujada”, este chico no para de sorprenderme. Pienso en las cosas que nunca me va a decir el hijo que nunca va a nacer. Miro las estrellas, tanto tiempo en la ciudad, me había olvidado de cómo brillan. El infinito se había reducido a la distancia entre dos puntos. Ah! Qué inmensitud. Cuantos fantasmas caminan por este mundo. Cuánta energía suelta deambula, pulula, y hace piruetas por el universo. Ya se ven las luces de la nada que se acercan lentamente, muy lentamente.